HISTORIAS DE UN HOMBRE DECONSTRUIDO

miércoles, 27 de julio de 2011

LICENCIA POÉTICA NÚMERO 1

             Hacía un buen día, despejado y no demasiado caluroso. Sin embargo yo caminaba con el paso acelerado de quien ha sido sorprendido por una tormenta en mitad de un descampado y busca desesperadamente un refugio. Y es que llegaba tarde, demasiado tarde. La inobservancia de las más mínimas reglas de la puntualidad ha sido una constante en mi forma de actuar desde que tengo uso de razón.

            Pero aquel día me había pasado. Llegaba con más de media hora de retraso y ya podía imaginarme a Raquel hecha un basilisco, soltando espuma por la boca y dispuesta a lanzarse contra mi yugular en cuanto me viese aparecer. En tales cosas pensaba yo cuando el destino quiso que tropezase con un baldosín, cayese describiendo una extraña parábola en el aire y me diese de bruces con la realidad.

            Lo que vi debió dejarme noqueado unas cuantas horas, porque cuando recuperé la consciencia ya era de noche. No obstante, también sopesé la posibilidad de que, justo en el instante en que di tan nefasto traspiés, se produjese una brecha en el continuo espacio-tiempo y tales horas jamás hubiesen existido. Mas en seguida deseché tal teoría dado que, según los más prestigiosos científicos internacionales, la última vez que el continuo espacio-tiempo se hizo una brecha, pasó dos meses en el hospital y tres más en rehabilitación; por lo que últimamente se andaba con mucho cuidado y no salía de casa sin casco.

            Me incorporé haciendo gala de la ligereza, agilidad y soltura propias de un mono borracho y apaleado. Y es que cuando la realidad te da de lleno en plena cara no queda otra que tragártela cruda, así, sin más, tal y como viene; sin kétchup ni mostaza ni nada. Y claro, le deja mal cuerpo a uno.

            Comencé a caminar en dirección a mi casa, dado que era imposible que Raquel siguiera esperándome y tiré todas las esperanzas que tenía depositadas en la fallida cita a un pozo sin fondo.

            Obviamente, hablo en sentido figurado (cualquier lector avezado o pocero medianamente instruido se habrá percatado de ello), pero he considerado oportuno permitirme alguna licencia poética. Algunos ejemplos de licencias que se pueden encontrar en la Gran Enciclopedia de los Lugares Comunes son:

            Licencia poética número 43: Todo pozo carecerá de fondo a menos que la historia trate de un niño que sufra el fatal percance de caerse en uno.

            Licencia poética número 76: Los párpados no se cerrarán, sino más bien se dejarán caer como si se tratase de sacos de patatas.

            Licencia poética número 83: Cada vez que se haga referencia a un amor pasado, este será un amor perdido. Y, con la doble finalidad de resaltar tal licencia y evitar confusiones, las llaves, mecheros, pendientes, o cualesquiera otros objetos susceptibles de acabar en el lugar más insospechado, simplemente se extraviarán.

            Licencia poética número 98: Si es de noche y el cielo está estrellado se dirá que la noche (o el cielo para evitar la cacofonía) estaba tachonada de estrellas.



            La noche estaba tachonada de estrellas y dejé caer mis párpados mientras repasaba mentalmente todos los amores perdidos que alguna vez habían dejado huella (licencia poética número 8) en mi corazón. Raquel era la última de esa lista. La cita a la que hice referencia antes era la última oportunidad que estaba dispuesta a concederme. Nunca supe mantener cerca de mí a aquella gente que me apreciaba o me quería. Siempre (sigo sin saber bien el modo) terminaba apartándolos de mi lado. Y Raquel no había sido ninguna excepción; ¿por qué tendría que haberlo sido?

            Encendí un cigarro y las primeras caladas parecieron devolverme un poco de serenidad, que exterioricé esbozando una sonrisa cuyo significado habría escapado a cualquier posible observador. Odio ponerme melancólico; apartar a los fantasmas, con el truco que sea, pero alejarlos de mí, siempre se me antoja reconfortante.

            Aceleré el paso aunque no tenía especial prisa por llegar y vivía relativamente cerca de la calle en la que me encontraba; dicen que sentirse solo en medio de la gente es triste, pero estar solo, realmente solo, de noche y rodeado de calles vacías es desolador. Supongo que andar más deprisa no era más que otro intento de alejar a los fantasmas y huir de sus sombras.

            Funcionó. Cuando quise darme cuenta ya estaba entrando en el parquecito que hay frente a mi edificio. Es un parque infantil. ¿Viejo? ¿Obsoleto? Digamos que es de los que ya casi no se ven; digamos también que es de los que están en peligro de extinción y añadamos que es una pena. Un parque de arena y con apenas ligeros vestigios de lo que en su día fueron zonas de césped; de esos con columpios que tenían neumáticos por asientos y cuyos toboganes de hierro perdieron cualquier rastro de pintura décadas atrás. Los bancos, que tras años de soportar estoicamente las posaderas de marujas que cacareaban mientras sus hijos se despellejaban las rodillas jugando al fútbol en la tierra, hacía tiempo que no recibían más visitas que las de los camellos de hachís al por menor. Pero a esas horas ni tan siquiera ellos se encontraban allí. El parque estaba desierto, a mi disposición. Y me acerqué a los columpios. En unos casi idénticos había conocido a Cristina mucho tiempo atrás, cuando yo aún no era más que un niño con parches de Naranjito en los pantalones y pájaros en la cabeza (no conservo ninguno de aquellos pantalones, pero sí algunos pájaros).

Cristina era una niña de mi edad y vivía en el portal de al lado. Su madre y la mía se habían hecho amigas y solían quedar para charlar en el parque, lo cual hacía que Cristina y yo coincidiésemos día tras día y, poco a poco, también nos hiciésemos amigos. Casi sin darnos cuenta fuimos creciendo y quedar con cualquier excusa era algo natural, no forzado…, espontáneo.

Cuando me dijo que sus padres habían decidido mudarse e irse de la ciudad, sentí una clase de tristeza distinta a todas las que hasta entonces me eran familiares. No pude definirla entonces y reconozco que tampoco soy capaz de hacerlo hoy en día. Nunca he vuelto a sentir algo igual; lo más cercano han sido sucedáneos, copias baratas o  calcos borrosos.

Decido que es hora de echarme otro cigarro y apenas lo enciendo veo una sombra a lo lejos. Parece venir hacia el parque y, por un instante, creo que puede tratarse de Raquel. Quizás se preocupase al no verme aparecer y dedicara media tarde a llamarme al móvil (es la única deferencia que tengo con las personas que quedo: el móvil lo dejo en casa, siempre). Supongo que habría empezado con mensajes de texto y que tales mensajes reflejarían fielmente una evolución en cinco pasos, similar a la que se asocia a los momentos de duelo. 

Negación: «No me puedo creer que me hayas dado plantón.»

Enojo: «Eres un cabrón.»

Negociación: «Escucha, aún estoy en la cafetería. Supongo que si no has aparecido es porque te ha surgido algo. Llámame al menos, ¿vale? Aunque no puedas pasarte hoy, podemos vernos otro día.»

Depresión: «Sabía que me harías esto, no sé por qué me dejé convencer para quedar. Si siempre me has tratado igual, como si no te importase. Soy boba.»

Aceptación: «Está claro que no aparecerás. Muy bien. Se acabó. ¡Adiós!»

Sí, y tal vez después de mandarme vete tú a saber cuántos mensajes siguiendo aquella línea, llamase a alguna amiga y ésta la dijese que lo mismo me había pasado algo. Entonces, alarmada, habría pasado a llamarme con insistencia tanto al móvil como al teléfono de mi casa y…



Pero la sombra pasa de largo, no llega a entrar al parque. Apuro el cigarro, tiro la colilla al suelo y me alejo de los columpios. Enfilo hacia el portal.

«¿Dónde estás Cristina?»

Mierda, odio ponerme melancólico pero he de reconocerme a mí mismo una cosa y no logro contener las palabras que, apenas en un susurro, se me escapan.

«Te echo de menos y, mucho me temo, que cuando desapareciste de mi vida te llevaste contigo una parte de mi (licencia poética número 1).»


2 comentarios:

  1. Licencia poética número 1... precioso!!!!!!!! Me estoy aficionando a tus relatitos jejeje, besotes.

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